Ayer visitamos la exposición de Alphonse Mucha, en el Palacio de Gaviria de Madrid. La experiencia fue extremadamente conmovedora e impactante; salimos de ella como levitando, llenos de música y placer, sintiendo que fue una experiencia trascendental, al interactuar por más de dos horas con el trabajo titánico de un excelso ser humano. Realmente valió la pena y la recomendamos plenamente.
No quiero extenderme y referirme a lo ya trillado en cientos de libros y páginas de Internet, como que era un gran artista y un gran exponente del estilo Art Nouveau de finales del siglo XIX y comienzos del XX. Quiero referirme al ser humano con gran contenido espiritual que descubrí entre sus obras, en ese destartalado pero enigmático palacio madrileño.
A través del recorrido de la exposición se fue desvelando progresivamente la filosofía del prolífico artista, quien fue miembro de la masonería francesa, llegando al elevado grado 33 de maestría. Navegando entre sus obras comprendí que el autor pretendía llevar belleza no sólo a las clases altas y burguesas de la sociedad parisina, sino al resto de la población, con la idea de humanizar y educar al género humano para alcanzar la anhelada confraternidad y paz entre las naciones europeas.
De sus primeras obras me impresionó la calidad de las filigranas que enmarcaban o componían sus diseños, con líneas rectas perfectas que se empalmaban sin saltos a curvas cerradas y abiertas de manera perfecta. Parecían hechas con Autocad. Realmente admirable. Las mujeres retratadas eran jóvenes, saludables, con porte clásico, con poses sensuales entre flores y hojas, cuyos rostros eran tranquilos, joviales, pintados con colores planos, con la expresividad concentrada en la mirada y un halo espiritual rodeando sus cabezas. Sus dibujos eran magníficos, bien proporcionados, con trazos seguros, representando poses expresivas pero sin llegar al manierismo, cuyas manos dibujadas en la mayoría de obras transmitían gran fuerza e intención.
La segunda parte de mi análisis lo quiero dedicar al período posterior a 1910, con un Mucha pintor desconocido para mí -he de confesarlo -. Cuando estaba en la cúspide de su fama, cuando todos lo adoraban ofreciéndole muchos encargos de carteles, anuncios publicitarios, ilustraciones de libros y diseños de joyas e interiores y todo tipo de objetos, el artista estaba inconforme con su estilo, que se había transformado en algo muy comercial. Mucha sentía que el arte debía enarbolar causas elevadas, espirituales; además, quería apoyar a su pueblo en busca de la independencia. Entonces pasó a trabajar otros estilos y formatos, demostrando gran dominio de la pintura al oleo, de luces y sombras, de la composición, del manejo del espacio, con motivos mitológicos o cotidianos. Pero siempre con la figura humana como elemento presente y jerárquico de sus obras.
En ese sentido, a continuación quiero destacar una obra monumental y ambiciosa, que le llevó muchos años de esfuerzo titánico, que pudo realizar gracias al patrocinio que consiguió de un acaudalado empresario de Chicago. Al conocer y contemplar este trabajo denominado Epopeya Eslava, compuesta por veinte obras de gran formato -el más grande de 8,00 x 6,00 metros- , quedé estupefacto, con la mandíbula desencajada, pues Alphonse Mucha demostró tener el nivel y la madera de los grandes de todos los tiempos, un genio semejante a Rafael, Tintoretto o el mismísimo Miguel Ángel. Y lo digo sin exagerar.
Obviamente, estos cuadros no estaban presentes en la exposición de Madrid, sino en forma de vídeo. Los pintó en un castillo, entre 1910 y 1928. Los originales fueron salvados de los Nazis y actualmente están en la Galería Nacional de Praga. Con ellos el artista quería narrar el pasado histórico de su país y región, con el fin de hermanar los pueblos y festejar el origen rico y heterogéneo de la cultura eslava.
A partir de 1936 - cuando los aires de guerra se propagaban de nuevo por Europa- Alphonse Mucha proyectó su obra culmen, un tríptico a manera de mensaje de paz para toda la humanidad, denominado La edad de la razón, La edad de la sabiduría y La edad del amor; pero lamentablemente no llegó a finalizarlo. Paradójicamente, en 1939 fue capturado e interrogado por la Gestapo, y días después, a los 79 años de edad murió de neumonía.
Realmente Alphonse Mucha fue un gran artista y un noble ser humano, cuya obra expuesta y su filosofía me marcaron profundamente y quería compartirlo, porque el arte definitivamente debe ser lo que expresan sus obras: un canto persistente a la belleza, hogar de la espiritualidad, buscando establecer las bases de un respeto permanente para la convivencia pacífica en el planeta.
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