Exposición de proyectos de Taller. Universidad de Los Andes, Mérida, Venezuela.

     Desde noviembre de 1996 hasta el año 2001,  trabajé como profesor a dedicación exclusiva de los Talleres de Composición Arquitectónica, en la Facultad de Arquitectura y Arte,  Universidad de Los Andes, Mérida, Venezuela. 





     Fue una experiencia extraordinaria porque debía sacar lo mejor de mí -cuando contaba con apenas 27 años-, para ofrecérselo a unos jóvenes veinteañeros que estaban llenos de ilusión,  pasión y creatividad. 
     Y no era una labor fácil, ya que debía prepararme constantemente para ofrecer de manera fluida, eficiente y creativa el pertinente conocimiento arquitectónico, pero sobre todo, el refuerzo positivo necesario para exaltar el ánimo y autoestima. No obstante, también recibía información y afecto en igual o mayor proporción, en un proceso dinámico de retroalimentación sin precedentes para mí.
     Porque en el Taller, un profesor es uno más y debe coordinar de manera general los ejercicios y las actividades diarias según un programa preestablecido, pero  son ellos, los alumnos, quienes deben marcan el ritmo de acuerdo a su energía, curiosidad y motivación, generando mancomunadamente las directrices, los posibles  temas a abordar, la dinámica del esfuerzo físico e intelectual, al desvelar progresivamente su naturaleza y expectativas más profundas. 
     En definitiva, fue  un trabajo muy enriquecedor; años muy intensos donde aprendí muchísimo de mis alumnos y de mis compañeros de trabajo. 
    Quisiera aprovechar la oportunidad para  agradecer a los profesores Rubén Araña, Orangel Estrada, Ángel Custodio Molina, Humberto Corredor, Irma D´Lacoste, José Rodríguez O., Olegario Diez y Riega, Nelson Ramírez B., y Juan de Dios Salas C., por las enseñanzas que me dieron, así como, por  el  apoyo incondicional que me ofrecieron en esos buenos tiempos. 
    Para finalizar, quisiera ofrecer un tributo a todos los profesores universitarios de Venezuela, porque su labor docente se hace  monumental en los tiempos aciagos que se viven en la actualidad.
     (Encontré unas fotos de esa época, tomadas durante una entrega de proyectos en el taller que dirigía y acá las exhibo con orgullo y añoranza.) 























































Los arquitectos María Rosa Mesa Méndez y Humberto Corredor.


Algunos de los inolvidables alumnos. 


       

¿Cuántas bombas atómicas se han detonado en el planeta Tierra?





     En los cinco decenios que han trascurrido desde el lanzamiento de la primera bomba  atómica,  prueba  realizada en el desierto de Nuevo México, EE.UU, en julio de 1945,  hasta el Tratado de Prohibición Completa de Ensayos Nucleares de  1996, se realizaron más de 2000  explosiones o ensayos nucleares  por todo el mundo. La distribución es  la siguiente:

  • Estados Unidos realizó 1.032 ensayos entre 1945 y 1992.
  • La Unión Soviética realizó 715 ensayos entre 1949 y 1990.
  • El Reino Unido realizó 45  ensayos entre 1952 y 1991.
  • Francia realizó 210 ensayos entre 1960 y 1996.
  • China realizó 45 ensayos entre 1964 y 1996.
     No obstante, a pesar del tratado de prohibición, las pruebas continuaron y  se realizaron  media docena de ensayos nucleares más:

  • India realizó 2 ensayos en 1998 (India también realizó un ensayo denominado como explosión nuclear pacífica en 1974.)
  • Pakistán realizó 2  ensayos en 1998.
  • Corea del Norte  realizó ensayos nucleares en 2006,  2009,  2013,  2015 y 2017.

     El mayor de ellos fue el de la bomba denominada 'Zar', detonada por la URSS sobre el archipiélago de Nueva Zembla, en el Ártico, con una potencia equivalente a 1.500 veces más que  la bomba de  Hiroshima. Hoy el mundo tiene unas 15.695 cabezas nucleares, con Rusia  liderando la lista (7.500),  seguido de cerca por EE.UU (7.100) de las cuales 1.800 están listas para ser lanzadas en cualquier momento. 
    Los distintos ensayos realizados  han creado  altísimas temperaturas e incalculables emisiones  de  radiación en todas  direcciones, contaminando  inexorablemente el aire, el agua, la tierra y el subsuelo del planeta.  Esta radiación se  compone de rayos alfa, beta y gamma, que son una forma de radiación electromagnética, de alta energía, que puede causar la muerte sin que el ser humano se dé cuenta. El  ominoso hongo producido por las explosiones, eleva a la atmósfera partículas radioactivas que son llevadas por el viento y luego, en contacto con capas frías, se precipitan a la tierra en forma de lluvia y finas cenizas, afectando grandes regiones, a las poblaciones y la climatología de todo el planeta. 
   Se sabe que los ensayos subterráneos han producido terremotos en las regiones aledañas a la explosión, asustando a la gente, modificando la orografía, afectando las capas interiores de la corteza terrestre, causando  daños materiales en la superficie y contaminando el subsuelo con la radiación. Con el accidente de Chernóbil –abril de 1986- algunas zonas de Europa resultaron considerablemente contaminadas por la gran cantidad de material radiactivo que liberó el reactor dañado, especialmente las actuales Bielorrusia, Rusia y Ucrania. La mayoría de los materiales se han transformado con el tiempo en materiales estables no radiactivos, aunque otros seguirán siendo radiactivos durante mucho tiempo. Se calcula que el número total de muertes por cánceres derivados del accidente de Chernóbil podría llegar a 4.000 entre las 600.000 personas que estuvieron más expuestas. 
     Según cálculos de los científicos, en un  hipotético  enfrentamiento nuclear masivo entre EE.UU. y Rusia,  se llegaría a detonar de 5.000 a 10.000 megatones de fuerza explosiva. En el caso que se llegue a los 10.000 megatones, la temperatura del planeta  bajaría inmediatamente después de la explosión, la oscuridad sería casi total entre los 30 y 60º de latitud norte. Las cenizas, humos y demás partículas producidas por los incendios y detonaciones alcanzarían y permanecerían en la estratosfera, oscureciendo la luz del sol durante semanas o meses, haciendo surgir el invierno nuclear, semejante a  una glaciación repentina, de consecuencias catastróficas para los seres vivos. La temperatura global bajaría de manera drástica en días, desde 10 °C en el caso más modesto hasta -50 °C en el más severo. La fotosíntesis no se produciría y casi la totalidad de la vegetación moriría en pocos días y a continuación  todos los animales herbívoros. De esta forma, en unas semanas no habría más alimentos para la mayoría de los seres vivos.   
     Es por ello que una guerra nuclear de gran escala no solo significaría el fin de la civilización, sino la aniquilación de la mayoría de la humanidad. Se  estima que la mayoría de las grandes ciudades del hemisferio norte serían bombardeadas, con lo cual se puede prever que por lo menos 1.100 millones de muertos habría de forma inmediata al ataque, no obstante, la mitad de la población mundial moriría en pocos días tras la devastadora explosión puesto que, con este grado de destrucción no existiría plan de emergencia  alguno que pudiese atender a los innumerables heridos y no existiría casi ninguna infraestructura para ayudar a la población, quedando los pocos supervivientes sumidos en el caos y el abandono.    
    Este dantesco panorama nos debe hacer reflexionar sobre el enorme error que ha supuesto  para la humanidad, haber utilizado su  inteligencia, su mente, sus pensamientos, para desarrollar algo tan destructor, nefasto y contraproducente.  
       Pero al parecer,  al hombre se nos olvidó pensar. 
      En general, se ha difundido muy poco sobre los efectos perjudiciales que  estas miles de pruebas nucleares realizadas –miles de megatones - han tenido sobre la biósfera y la humanidad –conocimiento posiblemente ocultado de forma deliberada-, pero es de suponer  que no han sido inocuas, que sus consecuencias son graves y posiblemente sean las causantes de muchas enfermedades en animales y humanos, así como de cataclismos naturales que hoy padecemos –tornados, terremotos, huracanes, erupciones volcánicas, etc.- 
     En la actualidad, ha surgido con fuerza el tema debido a las amenazas mutuas entre EE.UU y Corea del Norte. Es necesario pensar, meditar sobre el asunto para  tomar consciencia, evitando con nuestra acción  que la  estupidez nos lleve a la inminente destrucción.    

Arquitecto Leonardo Fabián Berbesí.  
Madrid. Diciembre de  2017.

       

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Madrid, Madrid, Spain
Ambos son arquitectos y esposos, veganos (1994). Siempre les ha interesado el medio ambiente. Durante los años 1991-1994 trabajaron como miembros fundadores del grupo ecologista CREE (Centro de Recuperación de Especies en Extinción) en Mérida Venezuela, cuyo objetivo principal era la educación ambiental para evitar la extinción de especies como el oso de anteojos (Tremarctus ornatus) que habita en las montañas andinas. Desde 1996 hasta el 2001 Leonardo Berbesí fue profesor de proyectos arquitectónicos en la Facultad de Arquitectura y Arte de la Universidad de Los Andes, en Mérida, Venezuela. Ambos realizaron el Máster en Medio Ambiente y Arquitectura Bioclimática en la Universidad Politécnica de Madrid, durante el año 2002 y desde esa fecha han trabajado como colaboradores en distintos estudios de arquitectura, aportando sus conocimientos e interés en bioclimatismo y la sostenibilidad. En el mes de noviembre de 2008 obtuvieron la homologación del título de arquitectos estudiando en la Universidad Camilo José Cela de Madrid y ahora están trabajando de manera independiente y colaborando con otros estudios. E-mail: berbesimesa@gmail.com T 910022124 M 674824308